jueves, 1 de abril de 2010

Espíritu y Razón



Como desde que vi que en su blog M y H se hacen llamar a sí mismas el espíritu y la razón quedé con la espinita de hacer algún chistecito práctico al respecto, pues nada, hace un par de meses salí a buscar una tienda de mascotas que recordaba quedaba en Sabana Grande y compré, sin molestarme en justificarle al vendedor que eran para mi hijo o para un regalo, un par de tortuguitas de agua y las bauticé Espíritu y Razón.

Desde el principio noté que Espíritu era un poco intrépida y alocada, casi como desprendida de su caparazón, literalmente porque uno de sus juegos favoritos era lanzarse desde el pináculo del oasis con la palmera plástica apuntando al lugar con menos agua del terrario en forma de ocho donde vivía, seguro que en su libertad y amplitud de mente era capaz de sentir que tenía alas, pero cotidianamente iba quedando cada vez más abollada. Razón la miraba en pleno juego con cierto desdén y disimulaba su agrado apilando ordenadamente en montones de igual cantidad las piedritas de colores neón que alegraban su hábitat, pero lo curioso era que ambas tortuguitas parecían ponerse de acuerdo de cuando en vez para jugar y entonces hacían cosas maravillosas juntas, debo decir que siempre fue cuando yo no las estaba observando, pero estoy segura de que así era.

La catástrofe ocurrió el día en que predeciblemente Espíritu falló más de la cuenta en el cálculo de la curva e impulso de su salto, aunque en realidad no falló sino que nunca calculaba, eso eran cosas de Razón. Espíritu cayó fuera del ocho protector y el precipicio que representaba el gavetero del cuarto de Diego tuvo fin en las garras de Josefina la Negra Purría. Un zarpazo y unos colmillos afilados terminaron de liberar a Espíritu de su prisión, se acabó la dependencia en la rectitud de unos cálculos que nunca hacía.

Razón nunca fue la misma como se pueden imaginar. Sin Espíritu ella era como una mascota mecanizada, una robo-tortuga de ingenio japonés. Su obsesión con los montoncitos de piedritas neón la superó su paranoia ante el peligro de ingerir hojuelas de alimento que no fueran perfectamente cuadradas. Compré tantas latas de comida para tortugas tratando de animarla a comer cuando encontrara las que cuadraran con su gusto que un mes no pagué la luz. Esa noche que tuvimos que pasar con velas me dí cuenta de que mis esfuerzos habían sido en vano, Razón se había quedado seca en el centro exacto de una circunferencia perfecta de bloques perfectos de piedras en la tumba alegre como una disco que se había empezado a construir desde que se le fue Espíritu.